martes, 11 de abril de 2023

Hay un grupo en la ciudad...

Goar, Natxo, Pedro y Paquito. Segunda formación de Cicatriz.


Tengo los blogs abandonados tras un mes con el tiempo apretado, pero ya estamos de vuelta para conectar poco a poco. He estado escuchado un poco de todo, sin olvidar a los de siempre, así como los grupos de pospunk que más me han acompañado en los últimos años: Damned, Joy Division, Siouxie... Rory Gallagher ha tocado especialmente, ya que tuve la suerte de encontrarme un par de cedés en oferta: sin ninguna prisa, espero hacerme con los que me quedan para completar su discografía de los setenta. El último descubrimiento que celebro es el que fuera debut de Stray Cats, que desde hace una semana se ha adueñado del reproductor del coche, sustituyendo a un Neil Young cansado de tocar los mismos solos cada vez que meto la primera. ¡Vaya con los Stray Cats! Ese debut no tiene canción mala. Los Kinks acaban de lanzar un nuevo recopilatorio, ''The Journey - Part 1'', que al parecer viene con un simpático libreto en el que los autores comentan las canciones incluidas. Les confieso que he tenido que refrenarme para no agenciármelo, porque ya tengo toda su discografía de los sesenta y parte de los setenta y sería un capricho innecesario. ¿Les he dicho ya que me encantan los Kinks? 

La próxima entrada de la serie correspondería al año sesenta y seis en América, pero como a misa no se va con prisa, haremos un pequeño paréntesis en la serie principal en el que aprovecharé para publicar un texto que tenía casi listo desde los inicios del blog. Pero mejor dejemos la cháchara, porque con tanto circunloquio parezco inspirado por el espíritu de Laurence Sterne.

Lanzo una sencilla reflexión al hilo de la entrada anterior. ¿Significa algo la autenticidad? Ese concepto tan etéreo y manido, tan abusado en la historia del rock. La autenticidad es tantas veces un mito y, cuando no lo es, no pasa de una serie de consideraciones banales. Nadie puede poner en duda que es más auténtica la voz de Janis Joplin en sus grabaciones que la voz de Madonna, por no hablar de las pistas de voz hipertrofiadas con Auto-Tune de cualquiera de los cantantes actuales de música urbana. ¿Es esa autenticidad un valor musical? Objetivamente, no tiene por qué. La industria del pop ha contado siempre con la tecnología, y su mercado con la farándula de personajes, moda e imagen. Sin embargo, esa y otras consideraciones nos afectan en distinta medida a la hora de valorar la música.

Natxo Cicatriz entre el público, durante un concierto de Cockney Rejects. Mediados de los ochenta. 

También importa el contexto y la educación sentimental de cada cual. ¿Qué duda cabe? Si pienso en el punk-rock que se practicaba en el País Vasco durante los años ochenta y noventa, por ir centrando el tema de esta entrada, e intento abstraerme del contexto y las vivencias personales (experimento incierto) debería decir que uno de los grupos que aportaron la mejor música fue Kortatu. Escuchen por ejemplo 'Don Vito y la revuelta en el frenopático' o 'En la línea del frente' y comprobarán que la frescura de los hermanos Muguruza tenía poco que envidiar a lo que por entonces hacían los británicos en esos terrenos. Puedo saborear esa música y, sin embargo, admito mi incapacidad para terminar de disfrutarla. Jamás he tenido ni me he grabado un solo disco de Kortatu, pues siento demasiado rechazo a sus letras y a todo lo que representaban.

Así como pueda serlo el rechazo, muy personal es también la querencia por algunos grupos en los que admitimos las limitaciones musicales. Hay razones que van más allá del oído y que nos afectan en alguna medida a la hora de degustar un disco o una canción. Pues bien, una vez sentadas estas sencillas premisas, vayamos al lío para rescatar a una banda algo olvidada que no será de la talla de los que suelen pasar por aquí, y probablemente no guste demasiado a los lectores, pero creo que merece recordarse por su contexto y significación. 


Menos reivindicados que otros, pero en su momento en la primera línea de la escena punk vasca, Cicatriz fueron el grupo vitoriano que lanzó José Ignacio (Natxo) Etxebarrieta, primero junto a su novia Mariela Arroniz ('Poti'), cuando todavía se llamaban 'Cicatriz en la matriz', y luego solo 'Cicatriz', a partir de la salida voluntaria de Poti. El nacimiento de la banda es ya bastante elocuente, pues la idea comenzó como una terapia del centro de desintoxicación de Las Nieves, donde sus integrantes buscaban desengancharse de la heroína. A partir de entonces, la música les serviría como revulsivo para intentar apartarse de sus adicciones, sufriendo tantos periodos muertos como reapariciones, con el caballo como principal escollo. 

La formación clásica quedó consolidada con Natxo al micrófono, Paquito al bajo, Pepín a las seis cuerdas y Pedro a la batería. ¿El estilo? Una mezcla de punk callejero y rock duro. Los cuatro integrantes de Cicatriz eran musiqueros, enganchados tanto a los Pistols, Damned, Dead Boys... como a AC/DC, que fue una de sus referencias ineludibles. Además de los australianos, Natxo destacó entre sus influencias a Cockney Rejects, aquella banda británica que encabezó la segunda ola de punk británico, movimiento, por lo general mediocre, que se desvinculó de la evolución musical y el new wave para reivindicarse por una supuesta autenticidad de clase obrera. Los Cockney Rejects destacaron además por tener tras de sí una de las peores hinchadas que ha conocido la música británica, arrastrando grupos de hooligans descerebrados, los mismos que buscaban la bronca por motivo del futbol. Desligados del deporte rey, los vitorianos tenían poco que ver con el espíritu que animaba a los británicos, pero en sus primeros tiempos adoptaron la estética y los modos del 'Oi!'.


Pero si por algo destacó Cicatriz en aquella caterva de bandas del norte, pronto agrupadas bajo la controvertida etiqueta de 'Rock Radical Vasco', fue por la contundencia y el buen desempeño en sus directos. Es un hecho admitido que sus espectáculos eran dignos de verse, por su manejo de los instrumentos y el carisma de su cantante, que sabía comunicarse de forma natural con el público. Por lo demás, la propuesta de Cicatriz se diferenciaba de otros grupos del ramo por la relativa ausencia de temática política en las letras. Tengan ustedes en cuenta el denso ambiente y la tensión que se vivía por entonces en Euskadi y comprenderán por qué pudo llamar la atención esa ausencia. 

'Luego empecé a desviarme de tanto politiqueo y tanto rollo. Me empezó a tirar el rollo del rock'n roll, de la calle y de la movida'.

A diferencia de Bob Dylan, las letras de Cicatriz no ganarán un Nobel de literatura: son sencillas y romas, ya sea lanzando pequeños mensajes o sobre todo hablando de experiencias y pequeñas historias ligadas al ambiente marginal en el que se movían; no encontrarán aquí ni las cacareadas consignas de ortodoxia punk de bandas como La Polla Records, ni las pretensiones a veces fallidas de unos Barricada. Y he aquí que a pesar de - o precisamente por - su tosquedad y naturalidad, creo que no han envejecido tanto como otras. 


Y ahora un poco de historia. Sitúense en mayo de 1983. Después de tres actuaciones menores, su puesta de largo se dio por una infeliz circunstancia: Parálisis Permanente iba a actuar en Zaragoza cuando Eduardo Benavente sufrió el mortal accidente, así que a última hora Cicatriz sirvió de sustituto, compartiendo escenario con Derribos Arias. Pero no voy a aburrirles con la trayectoria del grupo. Basta decir que, tras un disco conjunto con otras tres bandas que comenzaban su andadura, entre las que nos encontramos a Kortatu, en el ochenta y seis publicaron 'Inadaptados', su álbum más celebrado, para algunos el mejor álbum de punk-rock vasco de los ochenta y, parafraseando el dicho sobre los Clash, el único trabajo de Cicatriz que importa, aunque yo no me cuento entre los que lo sostienen. Así que llegados a este punto, deberíamos decir que aquí termina la historia de Cicatriz, o al menos de los Cicatriz más recordados por los nostálgicos del punk vasco, porque luego se desencadenó la tragedia. 

Primero fue Pepín, cuyo estado obligó a Natxo a expulsarlo del grupo; moriría tiempo después de sobredosis en un piso vitoriano. Ficharon en su lugar a Goar Iñurrieta, un joven guitarrista de querencia metalera, pero la nueva formación no tuvo tiempo de consolidarse, porque después de la salida de Pepín se amontonaron las desgracias. Año 1988. Polvorilla, hermano menor de Natxo, murió de cirrosis poco después de salir de la cárcel; la noticia pilló en Ámsterdam a Natxo, que tuvo que volver a toda prisa a España para acudir al funeral, así que no tomó las necesarias precauciones y en el aeropuerto de Barajas le descubrieron una buena cantidad de speed encima. Por narcotráfico le cayó una condena de cuatro años, dos meses y un día en Carabanchel, aunque pudo salir tras unos meses cuando el grupo consiguió juntar el suficiente dinero para la fianza. 

Poco después de salir de la cárcel, Natxo sufrió el aparatoso accidente de tráfico cuando volvía de colaborar en un concierto para su amigo Fermín Muguruza: iba de paquete en la moto y terminaría recibiendo una indemnización por los daños, pero aquello no le libró de una fractura en la espalda y un periplo de estancias en distintos hospitales. En los 'chabolos' de Carabanchel hervían las jeringuillas, pero la enfermedad era una moneda común difícil de esquivar. Debido a una hepatitis contraída por el Sida, el asunto se complicó y el cantante parecía condenado a una silla de ruedas de por vida. Contó el propio Natxo que, en medio de una profunda depresión, solo consiguió mantenerse gracias a las visitas que recibía de Iosu Expósito, de Eskorbuto, quien se encargaba de suministrarle heroína en el hospital. Eskorbuto y Cicatriz terminarían siendo grupos hermanados en la misma desgracia. ¿Y qué fue de los 'Cica'? Con el líder fuera de combate y el resto dando tumbos en sus propias miserias, parecían destinados a la total desaparición, y es aquí donde debemos mencionar a Tati, la madre de Natxo.

'Mi madre ha sido una pobre sufridora que ha mantenido a ocho hijos, y menudos disgustos que le hemos dado, y menuda caña que tiene la mujer. ¡Menudos ovarios! Si no es por ella no estaría vivo, eso lo puedo asegurar, y no estaría tan feliz como estoy ahora . Es una mujer que me ha ayudado en todos los momentos difíciles de mi vida y ha luchado por mí más que yo. De mi padre prefiero no hablar... Un tirano que ha dejado preñada a la mujer cada año para tenerla como esclava, la ha maltratado... Es un hijo de puta de mucho cuidado'.

Viendo la importancia que para su hijo tenía la música y el escenario, la madre fue quien motivó a Natxo para que peleara por recuperar el grupo. Tuvo que pasar mucho tiempo, pero contra todo pronóstico Cicatriz harían posible su nueva y última resurrección. Natxo tendría que salir con muletas al escenario, o sentado en una banqueta, pero haciendo de la necesidad virtud, el grupo convirtió aquella circunstancia en su nuevo símbolo: una calavera con dos muletas cruzadas, al estilo de la bandera pirata. Durante unos años, Natxo no dejaba de repetir que grabarían nuevo disco, y que lo harían a lo grande. Así que el cantante gastó lo que le quedaba del dinero de la indemnización por el accidente en su ilusión por grabar en Londres, patria soñada del punk-rock, patria de los mitos de importación. 



'A mucha gente le ha dejado de gustar o le gustan menos los discos que hemos sacado ahora. A mí me gustan todos mucho porque son la evolución propia de mi vida. Cicatriz al fin y al cabo ha sido mi vida. Cicatriz soy yo y es mi vida. Yo creé el grupo y hasta que no me muera no lo pienso dejar'.

Grabado e 1991, el álbum se llamó '4 años, 2 meses y 1 día', la que fuera la condena que se impuso al líder. Primeras sorpresas: nunca se ciñeron exclusivamente al punk, pero ahora lo abandonan definitivamente para centrarse en el sonido rockero, que derivará hacia el heavy-rock. La influencia de Goar en la guitarra es palpable. Salvando alguna excepción, las nuevas canciones se apartaban también de la gravedad de sus comienzos para manifestar un claro vitalismo. Desde 'El rock'n roll de Cicatriz' que os dejo arriba, nueva versión de su vieja carta de presentación, hasta 'Lola', la primera grabación de su más conocido himno en los directos (la coincidencia con los Kinks está solo en el nombre), las pistas del álbum son un breve recorrido a experiencias reales del grupo. Curiosamente, la preferida de Natxo no fue ninguno de los temas originales, sino su versión rockera de 'El Quebrao', trabajada por el talento de Goar Iñurrieta, cuya letra fue tomada de un vallenato que Natxo pudo conocer en Colombia.

'Me quedé colgado de las letras y había una que se llamaba 'El quebrao' que era el reflejo de mi vida, de mi autobiografía'.

Tanto 'El Quebrao' como 'Solo otra vez' expresan la decepción de Natxo con tantos supuestos amigos que le dieron la espalda en los peores momentos; 'Qué a gusto estás' narra la experiencia del mono de heroína y el consiguiente placer al consumir; 'Una niebla gris' plasma la historieta de un preso en una noche de descontrol, y 'La 204' está dedicada asimismo los presos de Carabanchel, mientras que 'Loco' o 'Cuello de pavo' son un brindis a la vida, del mismo espíritu que las letras del que será su tercer y último disco al año siguiente. Por último, cabe mencionar 'Don't worry', una atrevida canción (mal) cantada en inglés pero sin impostura alguna, demostrando que, a pesar de faltarles algunas clases del idioma de Shakespeare, eran un grupo sin complejos. En resumidas cuentas, veo el disco como un ejemplo de cómo incluso el rock más ramplón puede despertar interés si el producto tiene alma. ¿Autenticidad? No seré yo quien mencione la palabra, pero dejaré que flote entre las líneas.




Y eso es todo. Tras el segundo álbum, el retorno de Cicatriz a los escenarios fue recibido con emoción. Tras los tiempos de la ruina y la depresión, Natxo quiso aprovechar lo que le quedaba para relanzarlo, lo que explica que en solo tres años publicasen dos discos de estudio y un directo. No duró mucho aquello, pues falleció primero Paquito y luego Pedro. Por último, Natxo, último superviviente, murió en enero de 1996. En pocos años, los cuatro integrantes originales de Cicatriz habían muerto, así como familiares y gente de su entorno. Cuando Juan Carlos Azkoitia trabajaba en el libro sobre la banda e intentó entrevistar a Mariela Arroniz (Poti) y otros protagonistas de la historia del grupo, se encontró con negativas: el recuerdo está aún demasiado vivo. Si preguntan en los viejos garitos de la Cuchi o la Zapa, por los cantones vitorianos, todavía hay quien los recuerda.