En el año 1966, el concepto de Swinging London estaba del todo establecido. Como centro neurálgico de varios mercados juveniles, Londres exportó una imagen de modernidad, con sus discotecas cool y las tiendas de Carnaby Street que imponían qué calzado, qué pantalones o qué peinado debía llevarse para estar a la última. Por mis palabras pueden entrever que esto me repele un poco, más que nada cuando explota nuestros instintos gregarios. En suma, soy un aguafiestas, un aburrido... El caso es que también cabe una mirada más luminosa al periodo: el impulso del mercado juvenil también facilitó que aflorasen diferentes expresiones creativas. Entre otras cosas, se espoleó a la industria musical, y por eso los años del Swinging produjeron aquella música tan maravillosa. Por ella puedo perdonarle sus estrellatos, los tabloides sensacionalistas y los rizados y permanentes que Eric Clapton se imponía religiosamente en la peluquería cada pocos meses. A pesar del exceso de sup...
Esto va de música, más o menos