¿Son importantes las letras en las canciones de pop o de rock? Sobre el viejo tema, hay poco que decir: considero a las letras en un plano secundario y, no obstante, ¿quién no prefiere que esa canción que a uno le hace vibrar vaya acompañada también de las palabras adecuadas? Por otro lado, ¿cuáles son las palabras adecuadas? Ni la letra puede ocupar el lugar de la música en la experiencia sonora, ni hay una única música adecuada para cada texto; música y literatura son dos artes distintas, pero pueden complementarse, y por ello una letra contribuye a dar entidad a una canción.
Pues bien, a raíz del asunto se me ocurrió publicar una serie de entradas para jugar con la literatura y la música, idea que al final he condensado en una única entrada de blog. Quizá sea que llevo tiempo con ganas de resucitar mi blog de literatura que, como Peret, no está muerto, sino de parranda. Así pues, dejo claro de antemano que se trata solo de un juego, y en clave ligera debe entenderse también el título de la entrada. El juego consistirá en relacionar varias de mis obras literarias favoritas del siglo XIX con canciones de distintos géneros. La relación no será siempre obvia, y a veces se basará más en el tono que en la letra, o en una mezcla de cosas. Otra excusa más para compartir el placer de la música y, ahora, también de la lectura. Dicho todo esto, comenzaré con tres de mis novelas de cabecera; esas que, leídas en la edad adecuada, le acompañan a uno para siempre. En cuanto a las canciones, también están tomadas de mis gustos, pero espero que disfruten de todas, o al menos de la mayoría.
'Pronto se hizo de noche, muy oscuro. Julián quiso coger una mano blanca que desde hacía mucho tiempo estaba viendo muy cerca de la suya, apoyada en el respaldo de una silla. Tras una breve vacilación, la dueña de aquella mano acabó por retirarla de una manera que denotaba enfado. Julián decidió no darse por enterado y continuar la conversación alegremente, cuando oyó llegar a monsieur de Rênal.
A Julián le sonaban aún en los oídos las palabras groseras de la mañana. '¿No será - pensó - una buena manera de burlarse de este tipo, tan colmado de todos los privilegios de la fortuna, apoderarse de la mano de su mujer precisamente en presencia suya? Pues sí, eso lo voy a hacer yo, yo mismo, a quien con tanto desprecio ha tratado'.
Desde ese momento perdió por completo la tranquilidad, tan poco propia de su carácter; le dominó el deseo de que madame de Rênal accediera a dejarle la mano, y ya no pudo pensar en otra cosa.
Monsieur de Rênal hablaba de política con gran indignación: dos o tres industriales de Verrières se estaban haciendo, decididamente, más ricos que él, y querían enfrentarse con él en las elecciones. Madame Derville le escuchaba. Julián, irritado por tales discursos, acercó su silla a la de madame de Rênal. La oscuridad protegía todos los movimientos. Julián se arriesgó a acercar mucho la mano al lindo brazo que el vestido dejaba al descubierto. Perdió la serenidad y el dominio de su propio pensamiento; acercó la cara a aquel precioso brazo y tuvo la osadía de posar en él los labios.
Madame de Rênal se estremeció. Su marido estaba a cuatro pasos; apresuróse ella a dar la mano a Julián y, al mismo tiempo, a alejarle un poco. Mientras monsieur de Rênal proseguía sus invectivas contra las gentes de poco más o menos y los jacobinos que se enriquecían, Julián cubría de besos apasionados, o al menos así le parecían a madame de Rênal, aquella mano que se le abandonaba'.
Stendhal, Rojo y negro. Alianza, 2020. Traducido por Consuelo Berges.
Canciones: Gouge away. Doolittle. Pixies, 1989/ The day I tried to live. Superunknown. Soundgarden, 1994.
'En la estación de la poda, ganaba veinticuatro sueldos por día, y luego se empleaba como segador, como peón de albañil, como mozo de bueyes o como jornalero. Hacía todo lo que podía. Su hermana, por su parte, trabajaba también; pero ¿qué podía hacerse con siete niños? Era un triste grupo, al que la miseria envolvía y estrechaba poco a poco. Sucedió que un invierno fue muy crudo. Jean no encontró trabajo. La familia no tuvo pan. Ni un bocado de pan, y siete niños.
Un domingo por la noche, Maubert Isabeau, panadero en la plaza de la iglesia, en Faverolles, se disponía a acostarse cuando oyó un golpe violento en la vidriera enrejada de la puerta de su tienda. Llegó a tiempo para ver un brazo pasar a través del agujero hecho de un puñetazo en uno de los vidrios. El brazo cogió un pan y se retiró. Isabeau salió apresuradamente; el ladrón huyó a todo correr; Isabeau corrió tras él y le detuvo. El ladrón había soltado el pan, pero tenía aún el brazo ensangrentado. Era Jean Valjean'.
'En el momento en que Cosette salió, con su cubo en la mano, por sombría y abrumada que estuviera, no pudo menos que alzar la vista hacia aquella prodigiosa muñeca, hacia la dama, como ella la llamaba. La pobre niña se detuvo petrificada. No había visto aún a la muñeca de cerca. Toda aquella tienda le parecía un palacio; la muñeca no era una muñeca, era una visión. Era la alegría, el esplendor, la riqueza, la felicidad, lo que aparecía en una especie de brillo quimérico ante aquel pequeño y desgraciado ser, relegado tan profundamente a una miseria fúnebre y fría. Cosette medía, con la sagacidad candorosa y triste de la infancia, el abismo que la separaba de aquella muñeca. Se decía que era preciso ser reina, o al menos princesa, para tener una cosa como aquella'.
Fiodor Dostoievski, Crimen y castigo. Alba, 2017. Traducido por Fernando Otero Macías.
Canciones: Shadowplay. Unknown Pleasures. Joy Division, 1979/ Everybody knows that you are insane. Lullabies to Paralize. Queens of the Stone Age, 2005.
'El sitio de Steerforth se hallaba al fondo de la clase, en el extremo opuesto de aquella larga habitación. Estaba recostado contra la pared con las manos en los bolsillos y, cada vez que el señor Mell lo miraba, él hacía lo mismo con los labios cerrados, como si estuviese silbando.
-¡Cállese, señor Steerforth! - le ordenó el señor Mell.-Cállese usted - replicó el otro, al tiempo que se ponía rojo-. ¿Con quién se cree que está hablando?
-¡Siéntese bien! -dijo el señor Mell.
- Siéntese usted - contestó Steerforth -, y ocúpese de sus asuntos.
Hubo unas risitas y algunos aplausos, pero el señor Mell se puso tan blanco que de inmediato se hizo el silencio, y un chico que se había puesto corriendo a sus espaldas para volver a imitar a su madre cambió de idea e hizo como si quisiera que le arreglasen una pluma.
- Si se cree, Steerforth, que no conozco la influencia que puede ejercer usted sobre todos los aquí presentes - dijo el señor Mell al tiempo que (supongo que sin ser consciente de lo que hacía) me ponía una mano sobre la cabeza -, o que no le he visto este último rato incitando a los pequeños a que cometieran todo tipo de salvajadas contra mí, está usted muy equivocado.
- No me molesto en pensar en usted en absoluto - replicó Steerforth con frialdad -, así que da la casualidad de que no estoy equivocado.
- ¿Y cuando hace uso de su posición de favoritismo aquí, señor - continuó el señor Mell, al que le temblaba mucho un labio -, para insultar a un caballero...?
- ¿A un qué? - lo interrumpió Steerforth -. ¿Dónde está el caballero? (...)
...Sus sentimientos se recuperarán pronto. En cuanto a su puesto, desde luego era muy importante, ¿verdad?, ¿es que te crees que no voy a escribir a casa para encargarme de que le manden dinero, Polly?
Consideramos que era una intención muy noble por parte de Steerforth, cuya madre era una viuda rica de la que se decía que haría casi cualquier cosa que él pidiera. Nos alegramos mucho de ver a Traddles derrotado y ensalzamos a Steerforth hasta el infinito, sobre todo cuando condescendió a decirnos que lo que había hecho había sido por nosotros y por nuestro bien, concediéndonos así un gran favor de forma desinteresada'.
'Piensen los dos en esto que les voy a decir. Hay unas personas a las que conoce David que se van a ir a Australia dentro de poco. Si deciden ustedes irse, ¿por qué no hacerlo en el mismo barco? Así se podrán ayudar mutuamente. Piénsenlo, señor Micawber. Tómense su tiempo y sopésenlo bien.
- Mi querida señor, sólo me gustaría preguntar algo - dijo la señora Micawber -. Creo que el clima de allí es muy saludable, ¿no?
- ¡El mejor del mundo! - contestó mi tía.
- Exactamente, y entonces ésta es mi pregunta: ¿se dan en ese país las circunstancias para que un hombre de la capacidad del señor Micawber tenga posibilidades de ascender en la escala social? No digo que de momento vaya a aspirar a ser gobernador ni nada parecido, pero ¿encontrará oportunidades razonables y lo bastante amplias para que pueda desarrollar su talento convenientemente?
- No existen oportunidades en ninguna otra parte para un hombre que sea trabajador y tenga buen comportamiento - dijo mi tía.
- Para un hombre que sea trabajador y tenga buen comportamiento...- repitió la señora Micawber a su modo más práctico-. ¡Precisamente, de eso se trata! Veo con toda claridad que Australia es el legítimo campo de acción del señor Micawber.
-Tengo la convicción, mi querida señora - dijo éste -, de que, en vista de las circunstancias actuales, es la tierra, la única tierra, que existe para mi familia y para mí, y de que algo extraordinario nos surgirá en aquellas costas. Tampoco es que la distancia sea muy grande, en términos relativos, y aunque debemos considerar su generosa propuesta, le aseguro que solo será un mero formalismo.
¡Cómo olvidar que, en un momento, el señor Micawber se transformó en el hombre más optimista del mundo, ansioso por hacer ya fortuna, o que su esposa comenzó a disertar sobre las costumbres de los canguros'.
Charles Dickens, David Copperfield. Alianza, 2019. Traducido por Miguel Ángel Pérez.
Canciones: David Watts (versión de The Kinks), The Jam. All Mod Cons, 1978. (1969)/ Shangri-La. The Kinks. Arthur, 1969.
'No he querido dar a entender que yo fuera vulgar o inculto como aquellos individuos (le cortaría la cabeza a quien pusiera en duda mi origen o mi educación) (...) Por entonces era yo una de las personas más conocidas de Europa, y la fama de mis proezas, de mis duelos, mi audacia en el juego, hacían que la gente se agolpara a mi alrededor dondequiera que me presentaba. Podría enseñar resmas de papel perfumado para demostrar que esa impaciencia por conocerme no se limitaba sólo a los caballeros; pero odio el vanagloriarme y sólo hablo de mí mismo en lo puramente necesario para relatar mis aventuras, que fueron las más extraordinarias que pudieron sucederle nunca a un europeo'.
William M. Thackeray, La suerte de Barry Lyndon. Cátedra, 2006. Traducido por Marcos Rodríguez.
Canciones: Station to station (versión acortada del single), David Bowie, 1976/ I don't belong, Fontaines D.C. A Hero's Death, 2020.
'A veces, tras un período de indiferencia, mi extraña y bella compañera me cogía la mano y la retenía apretándomela cariñosamente una y otra vez, y finalmente se ruborizaba levemente, mirándome al rostro con ojos lánguidos y ardientes, y tan jadeante que su vestido subía y bajaba a causa de la tumultuosa respiración. Era como el ardor de un enamorado; me turbaba; era algo odioso y, no obstante, irresistible. Luego me atraía hacia ella, recreándose en la mirada, y sus cálidos labios me recorrían las mejillas a besos, mientras me susurraba, casi sollozando:
- Eres mía, serás mía; tú y yo tenemos que ser una sola persona, y para siempre.
Después se echaba hacia atrás en la silla, cubriéndose los ojos con sus manecitas, y me dejaba temblando.
- ¿Estamos emparentadas? - solía preguntarle -. ¿Qué quieres decir con todo esto? Tal vez te recuerde a alguien a quien amas. Mas no debes comportarte así, lo detesto. No te conozco... ni me conozco a mí misma cuando me miras y me hablas de ese modo'.
Joseph Sheridan Le Fanu, Carmilla. Alianza, 2016. Traducido por Luis Alberto de Cuenca.
Canción: Wicked Annabella, The Kinks. The Kinks Are the Village Green Preservation Society, 1968.